jueves, 19 de marzo de 2009

Aires de novela negra


Tengo que ser cauto en mis movimientos. Fumo mi cigarrillo tranquilo en un rincón de la sala, sin terminar de pasar del todo desapercibido. Siempre tuve la capacidad de leer en las caras de los demás. Solo se trata de estar alerta, esperar el momento de utilizar el as bajo mi manga. Si alguien descubre mi identidad de detective las cosas se van a poner feas. Tengo la seguridad de que el asesino de Amanda está dentro de este cuarto y a la vez me destroza los nervios saber que él percibe mi presencia, pero hago un esfuerzo por no demostrarlo. Levanto la copa de vino y tomo un trago muy corto, mientras me acomodo el cuello de la camisa. Mis sospechas comienzan a hacerse convicciones.
En la otra esquina del cuarto el culpable se regodea de su impunidad. De súbito, la nerviosa muchacha de azul que dominaba la punta de la mesa es asesinada a sangre fría por un disparo certero, silencioso y casi anónimo. Resuelto, desenfundo mi carta secreta, la enjugo con saliva y la pego en mi frente, al grito de “Martín es el asesino. Te cagué boludo, siempre supe que eras vos”. Un as de basto cae derrotado sobre la mesa y me sirvo otro vaso de vino.

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