lunes, 14 de septiembre de 2009

Oliverio Girondo Testimonial







Allí están,


allí estaban


las trashumantes nubes


la fácil desnudez del arroyo


la voz de la madera


los trigales ardientes


la amistad apacible de las piedras.




Allí la sal,


los juncos que se bañan


el melodioso sueño de los sauces


el trino de los astros


de los grillos,


la luna recostada sobre el césped


el horizonte azul


¡el horizonte!


con sus briosos tordillos por el aire...




¡Pero no!


Nos sedujo lo infecto,


la opinión clamorosa de las cloacas,


los vibrantes eructos de onda corta,


el pasional engrudolas circuncisas lenguas de cemento,


los poetas de moco enternecido,


los vocablos,


las sombras sin remedio.




Y aquí estamos:


exangües,


más pálidos que nunca;


como tibios pescados corrompidos


por tanto mercader y ruido muerto;


como mustias acelgas digeridas


por la preocupación y la dispepsia;


como resumideros ululantes
que toman el tranvía


y bostezan


y sudan


sobre el carbón, la cal, las telarañas


como erectos ombligos con pelusa


que se rascan las piernas y sonríen,


bajo los cielorrasos


y las mesas de luz


y los felpudos;


llenos de iniquidad y de lagañas,


llenos de hiel y tics a Contrapelo,


de histrionismos madeja,


yarará,


mosca muerta;


con el cráneo repleto de aserrín escupido,


con las venas Pobladas de alacranes filtrables,


Con los ojos rodeados de pantanosas costas


y paisajes de arena,


nada más que de arena.




Escoria entumecida de enquistados complejos


y cascarrientos labios


que se olvida del sexo en todas partes,


que confunde el amor con el masaje,


la poesía con la congoja acidulada,


los misales con los libros de caja.




Desolados engendros del azar y el hastío,


con la carne exprimida
por los bancos de estuco y tripas de oro,


por los dedos cubiertos de insaciables ventosas,


por caducos gargajos de cuello almidonado,


por cuantos mingitorios con trato de excelencia


explotan las tinieblas,


ordeñan las cascadas,la adulcorada caña,


la sangre oleaginosa de los falsos caballos,


sin orejas,


sin cascos,


ni florecido esfínter de amapola,


que los llevan al hambre,


a empeñar la esperanza,


a vender los ovarios,


a cortar a pedazos sus adoradas madres,


a ingerir los infundios que pregonan las lámparas,


los hilos tartamudos,


los babosos escuerzos que tienen la palabra,


y hablan,


hablan,


hablan,


ante las barbas próceres,


o verdes redomones de bronce que no mean,


ante las multitudes


que desde un sexto piso


podrán semejarse a caviar envasado,


aunque de cerca apestan:


a sudor sometido,


a cama trasnochada,


a sacrificio inútil,


a rencor estancado,


a pis en cuarentena,


a rata muerta.




Oliverio Girondo
(1891-1961)

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