martes, 9 de febrero de 2010

Tarados con transistor por Arturo Jauretche




El desarrollo técnico crea una variedad especial de tarado. El tarado con técnica. Que viene a ser técnicamente un supertarado.

La última palabra del supertarado técnico es el tarado con transistor. Todos los días vemos alguno. En el colectivo, en el tren. Lo hemos visto en el mar. Con la piernas en el agua y la oreja en el apatito de radio.

Pero hay uno que ha llegado al colmo y es el tarado que ha provocado esta nota. Imagine el lector una pareja de adolecentes, a la caída de la tarde, oscuro ya, apretados contra un portal. Apretados. ¿Uno contra otro? ¡Sí! Pero con el transistor entre las dos cabezas. Oyendo el episodio, o lo que es peor, oyendo a Alsogaray. La cuestión es oír algo. Algo, cualquier cosa que haga huir de uno mismo. De la soledad. De la soledad de dos en compañia, en este caso. De dos que no tienen nada que hacer con su propia palabra, o con sus labios, o con sus ojos, o con sus manos. Y basta de enumeraciones. Dos esclavos más de la técnica. Y a través de la técnica de los avisadores que dan todo en píldoras. Ideas. Pensamientos. Y esto va a ser el colmo. El amor. Porque estos supertarados del transistor, Julieta y Romeo, estan siguiendo las aventuras de Julieta y Romeo en una Venora cursi e imaginaria que el avisador les proporciona en sustitución del portal donde están , de los labios, de las manos, de las miradas propias. Están ausentes de todo eso porque sólo está presente lo que la radio del transistor dice.
La colectividad hace sacrificios enormes en la escuela, en los institutos de enseñanza, en los espectáculos culturales, para elevar el nivel cultural de la población. Pero un vendedor de perfumes, de camisetas o de jabones, tiene derecho a tirar toda esa labor abajo dando a píldoras una cultura para el nivel de los supertarados.
A eso se llama libertad. El nombre de la libertad, el instrumento más poderoso para la educación de los pueblos, está controlado y manejado por un vendedor de camisetas, un jabonero, un perfumista, a través de las agencias de publicidad. Y lo que la maestrita edifica todos los días en la cabecita de los niños, lo que el artista concibe en su sueño y lo qu el sabio descubre en su laboratorio, es reducido a píldoras, triturado primero y revuelto en el excipiente de interés comercial para desnaturalizar esa enseñanza, esa creación artística y hacerla, deformada y envilecida, un simple vehículo vendedor.
Es una versión aún más monstruosa de la libertad de prensa, que consiste en que sólo pueda haber periódicos orientados por los avisadores, es decir, por los que tienen interés en que no se conozca otra verdad que la de su negocio. En los países coloniales, por ejemplo, los negocios de los amos extranjeros. O que los períodicos sean ñoñas revistas, frívolos receptáculos de estupideces, cuando no historietas que completan el ciclo. Las primeras cumplen la función de estupidizar para que no se piense. Las segundas ahorran leer. Para no leer y para no pensar, la colectividad invierte enormes sumas en la enseñanza.Teje de día, para que esta Penélope inversa que desteje día y noche. La radio y la televisión han multiplicado estos males. El ideal que persigue esa libertad se va completando a medida que se multiplican los supertarados. El supertarado con transistor es su éxito máximo.Para que se multipliquen es necesario que el Estado no intervenga. Puede intervenir en la enseñanza. Pero no se puede limitar la desenseñanza.
Claro que está que la radio y la televisión practican la libertad hasta su justo límite. Su justo límite es la libertad de comercio. Que es lo que queríamos demostrar. Cada vez que se sigue el hilo de estas libertades que tanto se proclaman, se llega a lo mismo. La libertad de comercio. Es el objetivo. La única libertad verdadera, y la que tiene derecho a que nadie tenga libertad contra ella. Por eso en materia política, económica y social, la libertad de radio y televisión es sólo la libertad de comercio. Es decir, la libertad de Alsogaray. Y diciendo Alsogaray, decimos todo. El comerciante apoderado de las riendas del Estado. Sólo Alsogaray llega a la radio y la televisión. O los contradictores de Alsogaray. Que no lo contradicen en la libertad de comercio. Pues son sus cómplices fuera de turno, que esperan el suyo. Como Cueto Rúa, o como casi todos los opositores, que son opositores de Alsogaray. Pero no de la diosa Alsogaray. Es la misma que seguía el general Mitre, como lo dijo en su arenga a los vencedores de la guerra del Paraguay. Pero Mitre lo hacía sin transistor. Ahora está más perfeccionado el sistema. Aquí sí interviene el Estado. Para que no se diga que es la libertad de comercio, y que es la libertad verdadera.
Los de ahora tiene ese cómplice. Y el supertarado del transistor. Que está atado a una cadena y no la puede dejar. Y cuando sale de su casa en lugar de llevar la argolla al pié la lleva en la oreja. Como ese Romero que hemos visto. Que pudiendo en un portal decir, oír y hacer cosas tan maravillosas, las posterga a la transmisión que le golpea en el oído la lección del pildoreo que hace propaganda.
Pero el supertado con transistor es un ser excepcional en nuestro medio. Alegrémosnos por el país y por su destino. Cada vez que el pueblo actúa le dice a las pildoras: "menefrego". Sagrado mufutismo, que nos deja con las reservas intactas para esperar nuestra hora. La hora Argentina. Esa que no se da con transistor. Y que millones de argentinos están esperando. Vendrá. Todavía no la conocemos, ni sabemos su forma, ni su nombre. Pero vendrá, porque está en la voluntad de todos nosotros. Los que no llevamos la argolla de la esclavitud pegada a la oreja. Todo está en que sigamos siendo nosotros mismos y no tarados de transistor. Que es lo que "ellos" quieren.
SANTO Y SEÑA febrero de 1960

Extraido del libro
Filo contrafilo y punta
de
Arturo Jauretche
Ediciones Pampa y cielo
1960

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