domingo, 4 de abril de 2010

Diamante loco por Enrique Symns



Resulta difícil de explicar - a cualquiera que no sea argentino-, que siendo un apasionado lector haya despreciado durante toda mi juventud a uno de los poetas y pensadores más importantes del siglo, según la opinión de la mayoría de los expertos en todo el mundo.
Desde mediados de la decada del 50, las vicisitudes políticas acaecidas en mi país obligaron a cada uno de los participantes de la actividad social y cultural a ponerse de un lado u otro de la línea que separaban las calles del mundo: supuestamente combatiendo, unos, para reivindicar los derechos de los más relegados y, los otros, tratando de mantener las condiciones de explotación que a ellos benefiaban. Aunque resulte curioso, Borges quedó ubicado en ese último lado de la línea. Dicha ubicación la merecía no sólo por su fanatico antiperonismo y su repulsión por los movimientos revolucionarios, sino por su desprecio casi viceral por todo lo popular y su clasismo expuesto, que lo hizo formar parte del grupo de escritores bautizados como Sur,que se reunían para discutir el maquillaje del mundo,mientras en el grupo Boedo tipos como Roberto Arlt representaba nuestros ideales.

Tuvo que transcurrir mucho olvido bajo los puentes de la memoria, y tuvo que haber derrotas casi definitivas de la utopías modificadoras para que todas aquellas desdichadas historias se disolvieran en los rios de la leyenda. Y entonces apareció ante mis ojos, con todo su brillo cegador, ese diamante loco, ese pensador alienígena, ese poeta que parece entonar la canciones de otros mundos. Sitios en donde las palabras se cuelgan del universo con una perfección y una elegancia que suavizan el sufrimiento de la existencia y disfrazan de respuestas las conmovedoras preguntas esenciales que nos venimos haciendo desde siempre."La luna ignora que es tranquila y clara/y ni siquiera sabe que es luna/ la arena, que es arena/. No habrá arrojado esta saeta que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?"

Cuando desarrollaba una charla o encaraba un conferencia filosófica, su velocidad mental, capaz de aceleraciones cercanas a la genialidad, convertían el tronco tematico en ramas delgadas y trepadoras de los nuevos caminos que iba abriendo al verbalizar su pensamiento.
Borges pensaba como si estuviera ensoñando, como si las certezas a las que iba arribando fueran solamente flashes oníricos que rescataba de entre los paisajes de su mente.
Al recordar la postura de su cuerpo y la seductora monotonia de su voz, creo que sobre todo me asombra su displicencia poética, su vertiginosa cacería de una imposible respuesta a las malditas pregunta que se gestaban en el espejo de su conciencia. Nunca me conmovieron sus inmersiones poéticas sobre una legendaria Buenos Aires construida en los Valles de su imaginación, con malevos inexistentes y calles que nunca caminó. Ese arquetipo porteño era sólo un decorado que daba ámbito al poeta singular y metafísico que conseguía sumergirse en el vacío de la existencia o sobrevolar las cumbres del universo convirtiendo esas abstracciones en un territorio casi familiar " Cuántas cosas,/limas,umbrales,atlas,copas,clavos,/nos sirven como tácitos esclavos/ ciegos y extrañamente sigilosos!/Durarán más allá de nuestro olvido/ no sabrán nunca que nos hemos ido"
Ese poeta inolvidable forma parte de la mitología literaria de cada uno de sus lectores, los despojos de su obra quedarán sepultados en los shopping borgeanos, que se abrieron en todo el mundo a partir de su deceso. Como dijo el propio Borges " Los universitarios y los expertos prefieren la bibliografia a la pasión de la lectura"

El metropolitano (Diario chileno) agosto de 1999

Extraido del libro La vida es un bar Editorial Cuenco de plata

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